Me gusta la palabra, porque semánticamente tiene que ver con la ilusión, y en mi cabeza suena como un superpoder la capacidad de generar ese sentimiento en la gente.
Y me gusta también en su acepción de ilusión óptica... el engaño a los sentidos que supone el iluisionismo (bien hecho, se entiende) porque obliga a cuestionarse que la realidad depende de factores, que no siempre son visibles.
También porque es una pequeña venganza a la confusión que nos generan ellos en ocasiones, como cuando nos informan de que la tierra es plana... o cuando nos dicen que reina el silencio cuando en realidad el sonido está en una frecuencia mayor o menor de lo que ellos pueden captar.
Pero existe un pariente que no goza de tanta popularidad, dentro de ésta familia léxica: el iluso... el pobre confiado y frecuentemente bienintencionado iluso, objeto de mofas y engaños varios.
No puedo evitar pensar que esa inocente confianza la entregamos como tributo de nuestro paso de la niñez a la edad adulta.
Y no sé si esa ofrenda, por mucho que intente protegernos... no nos estará amargando el carácter.
Tengo serias dudas.
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