Cuando surge un cambio inesperado, un contratiempo, un obstáculo... está bien disponer de un tiempo para ajustar las expectativas a la realidad. Se cortocircuita con más o menos intensidad, un proyecto de futuro y se entiende perfectamente el derecho a estar enfadado, frustrado, triste o huraño durante un tiempo, es ese derecho al pataleo que no se sabe muy bien por qué, alivia mientras se recolocan las cosas.
En ese momento, es inútil (e incluso contraproducente) toda palabra de aliento... cuando todavía no se está en fase de superación sino en un intento de entenderlo, son realmente molestas las personas que seguramente con buena intención, pretenden sacar la parte positiva de un acontecimiento reciente y doloroso, que no está digerido. Sólo es preciso escuchar, acompañar y prestar el hombro para que la persona sepa que si quiere, no está sóla.
Otra cosa son las quejas...
Hay una notable diferencia entre la actitud de la persona que intenta asimilar o adaptarse con nuevas estrategias a la realidad y la del quejica profesional: el víctima.
Plantear un problema con vistas a solucionarlo es una cosa y volcar miserias descontroladamente sin más intencionalidad que el mero deshago, es otra muy distinta.
Lo que se consigue es quemar a propios y extraños y contaminar las relaciones, porque seguramente la persona que escucha, se contagiará de nuestro desánimo y le transmitiremos la peor versión de nosotros mismos. Hay que tener cuidado con instalarse ahí, se puede estar de paso, pero quedarse es contraproducente.
Un planteamiento de un problema es algo más objetivo.
Hay que educar la mente para hacerla práctica. Respetar los tiempos de ajuste (que varían lógicamente en función de la gravedad del hecho) y a continuación, activar el modo aceptación o cambio de estrategia... cuanto antes.
Por la salud de nuestras relaciones y por nuestra propia salud mental.
Por la salud de nuestras relaciones y por nuestra propia salud mental.
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