No es posible desamar sin mudarse de uno mismo. Sin renunciar a ideas y comportamientos de aquellos quienes fuimos mientras amábamos.
Requiere cambiar la piel (sino las visceras) y dejar que salga una nueva.
Me encuentro rupturas dolorosas donde en cuestión de días las personas que fueron pareja se miran y no se reconocen: “ no es él”, “no es ella”... una coraza distorsiona la voz, la apariencia, los gestos... y el que fué ya no lo es más.
Es otro.
Debe serlo si quiere afrontar la ruptura. Tanto el que se va, como el que se queda, deben transformarse, si no lo hicieran no lo superarían nunca. Renunciar a promesas hechas, a sueños y a creencias de la vida y del amor. Cambiarlas por otras que permitan continuar con sus vidas sin renunciar a encontrar otro camino.
Las hay muy enraizadas, hay ideas conectadas a emociones intensas que se resisten a abandonar su sitio y a ser reemplazadas por unas nuevas, pero si no las modificamos, nos condenan al inmovilismo, al pasado y a la tristeza..
Desamar es despedirse por partida doble, de la persona que amamos y de quien fuimos mientras lo hicimos... lleva un tiempo proporcional al cariño el decir adiós y seguramente un dolor intenso asociado, pero implica también un hola, una bienvenida a otro personaje que duerme en nuestro interior, con otros matices, otras sombras y otras luces.
Agradece los momentos felices, la experiencia... y cambia la conjugación. Ponlo en pretérito perfecto simple: “yo (te) quise”.
Y deja que el futuro te sorprenda.
La vida siempre es adelante.
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