Algunas situaciones ponen a prueba nuestra resistencia mental.
Nuestra capacidad de adaptación y nuestras fortalezas.
Seguramente este virus ha venido a comprobarlo.
Requiere que nuestro nivel de conciencia se eleve para salir de nuestra realidad particular y entrar en la de otros colectivos y personas que pueden estar padeciendo con más virulencia sus efectos.
Y en la de aquellos que hacen lo posible y lo imposible para paliar sus consecuencias.
Requiere que manejemos nuestros miedos, esos que la mente nos envía en un intento desesperado de protegernos ante lo desconocido. Que sepamos mirarlos de frente y decirles: Qué problema hay en que las cosas cambien, si antes no me dejabas valorarlas?.
Requiere que nos adaptemos a un nuevo compás del tiempo, que estira las horas y los días para después congelarlas en un apartado extraño en nuestra memoria..
Requiere que paremos, nos da la oportunidad de buscarnos a nosotros mismos... de encontrarnos, de gustarnos.
Requiere que cuidemos el cuerpo donde vivimos, que lo alimentemos bien, que lo movamos... que nos dure mucho tiempo para poder seguir amando, corriendo, respirando, tocando, bailando... lo que sea que hayamos venido a hacer al mundo.
Pero lo más importante que requiere de nosotros es que aceptemos la vida como es, con sus normas, que aceptemos sin lucha las cosas como vienen... y que nos mantengamos serenos y firmes.
Que si tenemos que asustarnos y llorar, que lo hagamos, pero que volvamos a nuestras rutinas con energía renovada para poder contagiarla a quien decaiga, porque el mejor favor que podemos hacer a nuestros amigos y familiares es preservar su energía para ellos, para cuando la necesiten.
Viene a mi mente Jeremy Irons en la escena final de La Misión, con su miedo sereno y su templanza ante la adversidad y me devuelve la paz perdida.