Me costó hacerle sitio a la idea del cambio permanente.
Interiorizar que nada perdura.
Convencerme de que no soy la que era. Ni la que seré.
Reconocer que debemos despedirnos periódicamente de quienes fuimos y celebrar nuevas vidas en ésta, con ilusiones renovadas, con heridas nuevas... despedirnos de personajes que habitaban en nosotros que ya no caben, que ya están, que ya no son.
Que todo a nuestro alrededor se está moviendo, hasta que se va.
Me facilita la vida pensarlo así porque de alguna forma, me prepara para lo que venga.
Pero en ocasiones me toca lidiar con mi instinto de supervivencia. Ese que busca seguridad, permanencia, que las cosas no cambien para generar ilusión de control.
En otras... directamente choco de lleno con mi sentido de trascendencia.
Porque hay una resistencia en mi.
Que desafía las leyes naturales.
Que soporta los envites de la vida una y otra vez, porque no entiende de “nunca mases”, que se rebela, que no cree que todo haya sido, para no volver a ser.
Que le dice a la vida: “Está bien, tú te llevas algo importante, pero yo me quedo una parte”.
Y lo tatúo en mi piel, si es necesario para desafiarte.
“In Aeternum”
Para toda la eternidad.
Porque hay cosas que son para siempre.
Historias, momentos, emociones, personas, lugares... que trascienden tiempo y espacio, como si nunca, como si nada.
Esa resistencia parece decirle a la vida: “Tu serás Goliat, pero yo tengo una piedra.”