Todos tenemos un repertorio variado de acontecimientos personales grabados en nuestra memoria emocional. A mayor impacto (positivo o negativo), mayor nitidez y mayor lujo de detalles asociados.
Lógicamente, por una simple cuestión probabilística, cuando mayores nos hacemos, más huellas de este tipo almacenamos, con todas las asociaciones conscientes e inconscientes que conllevan.
Si por ejemplo una persona sufre un aparatoso accidente de tráfico, quedarán guardados junto con la emoción de miedo intenso: el lugar del siniestro, la fecha del mismo, el modelo del coche... y un montón de detalles más, relativos a ese episodio.
Tanto, que en su ausencia pueden provocar ecos de dicha emoción, de modo que volver a pasar por ese mismo lugar, ver o escuchar hablar de un accidente... puede reactivar ese miedo al instante.
Y lo mismo sucede con los acontecimientos positivos. Un lugar donde fuimos felices, personas con las que compartimos momentos intensos de alegría, emoción, amor... se quedan vinculados a un montón de detalles y volverán esas emociones en forma de recuerdo, cuando un estímulo los rescate del sitio donde se encuentran guardados.
Ante eso estamos indefensos. Para bien y para mal, la mente los graba y no podemos hacer mucho para evitarlo.
Pero tenemos un arma muy poderosa también: podemos crearlos. Sin necesidad de que sean intensos, solo haciéndolos conscientes.
Podemos seleccionar momentos diarios de tranquilidad, de calma, podemos sentirlos y grabarlos. Y recurrir a ellos cuando lo necesitemos.
Hubo un tiempo de mi vida en que para acudir a clase debía atravesar cada día la Plaza Mayor de Salamanca, y lo hacía centrada en mis asuntos y mis quehaceres cotidianos, hasta que un día fui consciente de la temporalidad, del privilegio de mi entorno, de la necesidad de atesorar ese instante... y grabé cada paso en mi mente, grabé la sensación de que no estaba de paso, sino que yo
poseía el momento.
Han pasado muchos años y ahí lo tengo, nítido, a mi disposición, para trasportarme en un segundo a ese lugar, a ese tiempo.
Junto con otros... un paseo al lado de la playa, un libro concreto, un banco al sol, una canción especial...
Podemos encontrar tranquilidad en nosotros mismos cuando queramos, solo tenemos que grabar instantes, cerrar los ojos... y aprender a buscarlos.