Al final, la resistencia al cambio, el apego a las cosas, situaciones o personas... es el miedo a perdernos a nosotros mismos.
Miedo a perder la identidad que hemos configurado en torno a ellos, miedo a no ser nunca más quién somos ahora.
Si sacamos provecho de nuestro paso por la vida, estaremos evolucionando constantemente, de manera gradual, de forma que ya no somos quien fuimos, pero protegidos por esa sensación no ser conscientes...
El vértigo entra en escena cuando se mueve el suelo. De repente. De esa forma brusca que tiene la realidad a veces de presentarse. Y vemos el eje resquebrajarse, o romperse... y nos falta confianza en nosotros mismos para regenerarnos porque no la hemos utilizado nunca, porque no sabemos donde está, ni cómo se usa.
La inconsciencia adormece y no facilita el cambio. Y el cambio llega, porque es implacable.
Entonces ¿qué somos si no nos identificamos con nadie, ni nada? ¿qué somos sin nuestra forma?
Imaginad una gota de lluvia que cae a un océano, ¿desaparece, diluyéndose? o ¿se expande integrándose?
Cada uno debe buscar su respuesta.
Quizás, y solo quizás... dejar de ser quien uno era, es lo mejor que nos puede pasar.