Con la disculpa de preservar el principio del placer, la mente nos tiende unas cuantas trampas, y si tenemos en cuenta que nadar a favor de la corriente implica poca resistencia, está claro que caemos en algunas de ellas. Nada como que te interese creer algo, para que te lo creas.
En el juego patológico se ven claramente alguno de estos procesos mentales, "el resplandor de ganar" es uno de ellos, o lo que es lo mismo, llevar mal las cuentas, a favor de las ganancias.
De esta forma se distorsiona completamente la estadística, que tan necesaria es para llevar un buen recuento de la inversión económica realizada, clave para trazar la línea divisoria entre el juego que provoca diversión y el que no tiene maldita gracia.
Cuando las situaciones se asocian a una emoción intensa, como lo suele ser la euforia de ganar una suma importante de dinero de manera fortuita, los recuerdos se graban a mayor profundidad y la intensidad de su resplandor oculta numerosos intentos fallidos de obtener la recompensa. A partir de ahí, una serie de datos fortuitos y azarosos, quedarán asociados inevitablemente a esa experiencia de manera que en numerosas ocasiones los jugadores tenderán a repetirlas, en un vano intento de aumentar la sensación de control. Surgen así una serie de rituales curiosos y extraños que conforman las supersticiones.
Pensamiento mágico en estado puro.
Eso ocurre dentro y fuera del ámbito de la ludopatia. Buscamos datos que confirmen nuestras teorías, y no siempre lo hacemos de manera consciente.
Cuando "casualmente" nuestra argumentación coincida con nuestros intereses, conviene preguntarse quién está al servicio de quien.
Y si nos conviene.