viernes, 1 de febrero de 2019

EL OTRO HOGAR



Siempre me ha parecido que una de las manifestaciones mas bonitas del amor, es la amistad.

De los hijos y de los familiares, se encarga el instinto, con intención de perpetuar la especie y proteger la manada, así que generalmente, no tenemos que hacer grandes esfuerzos para que fluya el cariño de forma natural.

El de pareja, edulcorado  con distintas dosis de romanticismo,  encubre un juego sutil de variadas necesidades mutuas que ambos van intentando cubrir, convirtiéndose muchas veces en un intercambio funcional de intereses cruzados y no siempre conscientes:
Tú me proteges y yo te cuido,
tú me valoras y yo te hago sentir especial,
tú me das cariño y yo te devuelvo seguridad,
tú me das pasión y yo te evito el miedo a la soledad,
tú me das... yo te doy.... combinaciones y permutaciones de elementos tomados de dos en dos.
Que dicho sea de paso, a veces dan resultados sanos y muy bonitos.

Pero otra cosa es la amistad.
En su forma más elevada.
Una vez liberados de atracciones, pulsiones, intereses e instintos... se crea un espacio limpio y  puro, entre dos o más personas para que se desarrollen y se expresen tal cual son. En el que todas se nutren simplemente, compartiendo y siendo.
Donde huele a hogar.
Donde no se espera nada, más que disfrutar de que el amigo está. Y si no está, no importa el motivo, porque es un lugar donde se respetan y se entienden los ritmos, los distintos tiempos, circunstancias o  etapas vitales, y donde siempre se celebra el regreso. Sea cuando sea.

Seguramente encubra la más bonita de las necesidades humanas:
la necesidad de amar... sin necesidad de ser amado.

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